Andy tenía un plan. Y no sería de hoy para mañana. No podría serlo si solo contaba con la mísera compañía de aquel ínfimo tallador de figuras de madera. Además, estaba eso, debía dar forma a variadas piezas de ajedrez para no levantar sospechas entre los guardias. Bastaría con una a la semana, con suerte empezaría el alfil en primavera.
Ritmo lento para un proceso a largo plazo, pero con unos resultados soñados. La libertad que, para Andy, tenía la forma de una barca destartalada con la que pescar cada mañana. No era mucho para haber sido un brillante ejecutivo condenado por nada. Por nada. Y a eso lo llaman justicia.
Cada mañana el mismo proceso, un montón de arena que arranca de la vieja pared y va depositando en diferentes y estratégicos lugares del patio de la cárcel. Y como mudo testigo, la belleza en forma de mujer reflejo del paso del tiempo: Marilyn, Derek, y otra década… y de Elvis a los chicos de Liverpool o la psicodelia.
Al personaje de Tim Robbins en “Cadena perpetua” le sobraba plan, proyecto, astucia, constancia y paciencia. Sabía que no ganaba quien un día tiraba la pared con estruendo y siete dormía. Era otra cosa.
Como el hecho de opositar. Un proceso artesanal y elaborado que logra quien, cada mañana, deposita su montaña de arena en el patio.
Tomad el tallador.