La educación es un proceso de concreción. Entender el currículo como la regulación de los elementos que conforman el proceso de enseñanza –aprendizaje y, por tanto, el conjunto estructurado de intenciones educativas que deben ser cuidadosamente planificadas para tal fin, obliga a comprender que los elementos curriculares se estructuran como ingredientes para ser cocinados en las acciones posteriores en el aula.
Debe ser, por tanto, entendido el currículo como un bloque moldeable que va tomando formas precisas a medida que avanza en dicha concreción.
Este concepto no nos es ajeno, ya con la llegada de la LOGSE (1990) se empieza a hablar con fuerza de los “niveles de concreción curricular”, fases en las que el currículo adopta formas más precisas de cara a responder al ámbito en el que actúan: la administración, el centro, el aula o las actuaciones directas con el alumnado conformaban esos cuatro eslabones.
Quedamos, por tanto, en comprender el proceso enseñanza aprendizaje como una concreción decreciente, condicionada por el currículo como guía de acción y que tiene “paradas” en diferentes momentos que podríamos resumir en:
- Decisiones generales del estado – gobierno – administración central
- Currículo autonómico
- Concreción de ese currículo en los centros reflejada en el Proyecto Educativo. Una concreción que debe verse cumplimentada por las actuaciones de carácter organizativo que potencian el éxito y logro de los objetivos por parte del alumnado (implemento de programas de centro, organizaciones de equipos de trabajo, acción tutorial, etc.)
- Planificación dentro de las áreas o materias con el currículo específico como base y que sirve para delimitar el grado y tipo de actuación en cada uno de los cursos. Esta actuación que dará forma a las asignaturas debe complementarse con los elementos transversales (art. 10 RD 126/2014 de Currículo Básico en Primaria o art. 6 RD 1105/2014 de Currículo Básico en ESO y Bachillerato)
- La transformación de esas intenciones de cada asignatura en unas propuestas organizadas, coherentes y que muestren tanto la batería de acciones de enseñanza como las estrategias y procedimientos de evaluación: las unidades didácticas, proyectos, centros de interés, talleres… o cuantas formas de desarrollar en el aula de forma concreta unas propuestas específicas.
- Finalmente y como último eslabón y sólo si la medida anterior no ha sido suficiente para atender a la individualidad necesaria del alumnado en el aula, las adaptaciones de todo tipo que permiten dar respuestas específicas a cada uno desde un planteamiento global.
Efectivamente la educación es un proceso de concreción y la planificación de la misma sin duda que así lo supone, estableciéndose para cada fase de este desarrollo curricular documentos que le dan forma: Currículos, concreciones, programaciones, unidades didácticas, adaptaciones, etc.
Pero ¿cuál es la variable que hace que debamos concretar?, ¿por qué se hace imprescindible ese proceso? La contextualización de la enseñanza.
Evidentemente basta echar un vistazo a las ideas anteriores para recordar la frase con la que nuestra LOMCE encabeza su texto introductorio “el alumnado es el centro y la razón de ser de la educación”, pero más allá, no sólo debemos entender al alumnado como una individualidad física, psíquica, motriz o afectiva, debe ser entendida como una acción social con un entorno de actuación representado por su centro, en el que debe desenvolverse. Por ello es fácil entender que una vez las administraciones educativas desarrollan los currículos soliciten a los centros el análisis de esas realidades que, con carácter educativo, van a condicionar nuestras actuaciones porque van a moldear el desarrollo de las capacidades de nuestro alumnado. Al final buscamos y promovemos una educación social que mire a contextos cercanos y definidos, porque sólo a través de ellos y de su resolución acercamos a los jóvenes al necesario desarrollo competencial.
Es vital, por ello, que los centros desarrollen su autonomía que – como dice la citada LOMCE – saquen a la luz sus debilidades y fortalezas, y más allá, que detecten sus amenazas y posibilidades para entender nuestro entorno y las posibilidades y requerimientos educativos que debemos ofrecer al alumnado, con base en el currículo, para dar respuesta a esa sociedad.
El entorno, las realidades sociales que confluyen en nuestro centro, las particularidades del aula, la diversidad de cada alumno y alumna son las poleas de actuación para transformar el currículo entendiéndolo como una realidad que, de no ser moldeada, limita su capacidad y potencial educativo.
No queremos alumnos y alumnas que sepan, queremos que resuelvan